Durante estos días hemos oído la noticia de la sanción a
tres diputados del PSC por romper la disciplina de voto en el parlamento
catalán cuando se votó la iniciativa del referéndum independentista. Los
mandaron a la última fila. También se pide que las diputadas del PP puedan
votar sin acogerse a la disciplina de voto en la reforma de la Ley del Aborto. Me
pregunto si es compatible la disciplina de voto que imponen los grupos
políticos a sus diputados en las votaciones parlamentarias y la democracia. Nuestra
norma fundamental, la Constitución de 1978 dice en su artículo 67.2: “Los
miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo.” Se
puede interpretar que no tiene porqué seguir las directrices de sus partidos
políticos y ni siquiera de sus votantes. Recordemos que cuando se aprueba la
Constitución no existía la estructura de partidos políticos que hay ahora, la
misma UCD se crea para dar cobertura a Adolfo Suarez (Cebreros, Ávila, 1932) y,
cuando aparecen, el miedo a la inestabilidad política les hace buscar una
fórmula interna para evitar las disidencias.
En cambio, si miramos a países con una amplia tradición
democrática como los Estados Unidos nos encontramos que el presidente Obama (Honolulu,
EEUU, 1961) tiene que convencer a los congresistas y senadores de su propio
partido para sacar adelante su propuesta de reforma de la sanidad pública
estadounidense. Hasta tal punto que en varias ocasiones el presidente se
encuentra con votos desfavorables de sus congresistas y favorables de los del
otro partido. Cierto que el grueso de los votos es congruente con la posición
del presidente o de la oposición, dependiendo del partido al que pertenezca,
pero las pequeñas variaciones de votos han dado lugar a que salgan acuerdos con
votos del grupo de la oposición o a ser rechazadas por votos en contra de los
correligionarios. Los partidos políticos estadounidenses no son tan rígidos
como los europeos. No existe un líder permanente sino que se crean las oficinas
electorales en época de elecciones presidenciales que lideran los candidatos a
presidente de los Estados Unidos y se disuelven después de las elecciones. Los
partidos políticos en los distintos estados tienen un estructura muy
independiente del partido nacional.
¿Es posible trasladar esto a la política española? Me
gustaría responder que sí. Nos guste o no, estemos de acuerdo o no con los
motivos que tenga un diputado para romper la disciplina de voto, prefiero que vote pensando que sus votantes podrían
quitarles su confianza a que lo hagan pensando que su líder podría quitarle su
confianza. Pero para eso habría que cambiar el sistema de elección de los
candidatos y, también, el sistema electoral. Los grandes partidos eligen a sus
candidatos o, con la modalidad digital (el líder señala quién va a ser
candidato) o con unas primarias de un solo candidato (porque ya se ha
presionado lo suficiente para que el otro candidato no se presente). De esa
manera, quién es el guapo que discrepa. “El que se mueve no sale en la foto”
que decía Alfonso Guerra (Sevilla, 1940).
Un ejemplo de elección podría ser mantener listas de
partidos pero en vez de ser cerradas que marquemos aquellos candidatos que más
nos gusten. Por ejemplo, si el partido A consigue 3 escaños por el Método
D’Hont esos tres candidatos se eligen por los que más votos individuales hayan
obtenido. Existen medios tecnológicos suficientes para solventar problemas de
recuento y facilitación del secreto del voto. O, si no, se busca otra fórmula
en la que los representantes políticos dependan más directamente de nosotros, los
votantes, que del aparato político.
El colmo de la aberración ha sido que se vote en secreto la
admisión a trámite de la Ley del Aborto. ¿Cómo secreto? ¡Yo quiero saber lo que
vota cada uno de los diputados! En esta ley y en cualquiera. Espero que no se
convierta en norma.
Para cambiar hace falta voluntad política. Y también un
líder en cada partido político que quiera este cambio, valiente, con criterio
propio, y dispuesto a quemarse y que se lo quiten de en medio sus compañeros.
Claro, para también necesitarán otro que lo sustituya con los mismos principios
e, incluso, otro más. A lo mejor es pedir demasiado.